Seamos claros, todos queremos vivir en una ciudad bonita. Una ciudad de la que presumir, de la que poder compartir fotos en redes sociales, a la que invitar a nuestros amigos para que se enamoren de ella y, sobre todo, una ciudad que atraiga turistas dispuestos a gastarse el dinero en nuestros negocios. Porque no podemos negar, que la economía de nuestro país esta basada en su mayor parte en el turismo.
Y sí, seamos claros también, las personas sin hogar, esas que duermen en los portales, plazas o en cualquier rincón de cualquier calle, que están sucias y huelen mal, no hacen más bonita nuestra ciudad.
Estorban cuando queremos entrar en un cajero. Estorban cuando queremos sentarnos en un banco o cuando queremos entrar en un portal. Asustan cuando nos cruzamos con alguna de ellas en una noche oscura, o preferimos evitar el lado de la acera en el que están instalados “por lo que pueda pasar”. Apartamos la mirada si nos piden ayuda y hacemos caso omiso a sus palabras de súplica cuando al entrar en un supermercado nos piden algo de comida.
La mayor parte del tiempo fingimos que no existen. Quizás porque su suerte nos da igual, quizás porque vamos muy preocupados de nuestra propia vida como para dedicarle tiempo a la de otros, o quizás porque preferimos no darnos cuenta de que esos podríamos ser nosotros cualquier día. Pero, cuando la imagen que nuestra ciudad ofrece, se ve perjudicada por estas personas, entonces sí notamos su presencia. Si nos preocupa, nos importa y, más concretamente, nos molesta.
Molesta hasta tal punto, que hemos cambiado nuestra forma de construir, nuestra forma de planear la arquitectura urbana, incluso hemos adaptado en cierta medida nuestras casas y negocios para no tener que convivir con la incomodidad que nos suscitan. ¿Aporofobia? No sé, juzguen ustedes.
Por lo tanto un día te das cuenta de que, las sucursales bancarias han dejado de tener esos cajeros en los que podías encerrarte para sacar dinero tranquilamente. Los bancos de la plaza ahora son para una sola persona o tienen un reposabrazos en medio (eso si aún queda algún banco), el soportal por el que antes atajabas, ahora está vallado y el alfeizar de la ventana en el que solías sentarte, ahora tiene pinchos antipalomas, aunque nunca has visto una paloma en ese alfeizar.
Joder. Qué de cambios. Ahora sacas el dinero en esos cajeros a pie de calle que no te gustan porque podrían robarte, te sientas en solitario en un banco de la plaza porque no hay sitio para dos, rodeas más camino para llegar a tu destino y no puedes sentarte en ese alfeizar que tanto te gustaba. Pero, ¿eres tú quién ha propiciado todos esos cambios? Pues… ¡sorpresa! No. Todos esos cambios los han provocado personas sin hogar que se habían establecido en esos lugares. Personas que estaban haciendo feo en zonas demasiado visibles de la ciudad, y de las que era necesario apartarlas.
Esta práctica generalizada ya en los planes urbanísticos de todas las ciudades, se llama arquitectura hostil y se podría definir como un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones cuya finalidad principal es evitar la ocupación de los espacios por vagabundos o personas sin hogar. Aunque no estuvieran haciendo ningún mal a nadie. Aunque jamás hubiesen dicho una mala palabra a ninguna otra persona y aunque solo utilizasen ese lugar por las noches, pero desapareciesen durante todo el día, molestaban.
Sería una locura que en una ciudad se quitasen los bancos de la plaza porque se acumulaban demasiados ancianos a últimas horas de la tarde. De la misma forma que no es ninguna locura quitarlos si son utilizados por personas sin recursos.Parece una auténtica barbaridad cuando lo lees, propio de una historia de terror: quitarle la calle a quien ya no tiene nada. Y, sin embargo, es la dura realidad.
Una forma de violencia silenciosa, camuflándose bajo diseños modernos, que se dedica a quitarle el sitio a las personas sin hogar, a excluirles de un lugar que es de todos, menos de ellos. No vaya a ser que algún que otro turista se asuste y deje de gastar. Una política social defensiva, que tiene más de intereses políticos y muy poco de intereses sociales. Una arquitectura que pone en jaque la democratización del espacio y la inversión en políticas integradoras y de desarrollo social.
¿Lo han notado en sus ciudades?

Tania Naredo López. Estudiante de Educación Social