La noción de progreso capitalista nos anima a pensar que el transcurso de la historia es como una línea recta. El filósofo alemán Walter Benjamin criticaba en su obra Tesis sobre la filosofía de la historia esta visión. Para Benjamin y también para mí, el devenir de la historia se asemeja más a un círculo. No obstante, si me tengo que imaginar una línea recta, como la noción de progreso moderna asegura, visualizo claramente una línea llena de zanjas, trincheras y cunetas donde los perdedores de la historia han sido acallados.
Desde esta reflexión la memoria histórica se vuelve vital. La capacidad de reflexionar sobre nuestro pasado para caminar hacia un presente moralmente justo, se vuelve una premisa. La necesidad de dar voz a los olvidados, a las acalladas, a las silenciadas, se convierte en un requisito moral.
En la actualidad, para una socióloga es difícil, en ocasiones, encontrar el rigor y la calma para explicar los fenómenos sociales actuales. Vivimos tiempos convulsos, donde todo pasa muy rápido y donde diferentes crisis se solapan. En realidad, son una misma crisis que sale a flote desde diferentes trozos de madera pertenecientes a un barco que empieza a tener muchos daños, muchísimos, se hunde.
Por un lado, nos encontramos con una crisis migratoria, aquí podríamos pararnos a reflexionar largo y tendido. ¿En realidad es una crisis el desplazamiento de personas entre fronteras políticas? Parece ser que omitimos que hemos sido una especie migrante desde el principio de nuestros tiempos. Concretamente, desde África hacia el resto de continentes; paradójico que ahora se vea a los africanos como inmigrantes ilegales, como una amenaza, como un problema, cuando hemos sido una especie migrante desde el inicio de nuestra existencia y precisamente desde ese mismo continente.
Asimismo, el problema de este enfoque que criminaliza la inmigración, que la enfoca como amenaza problemática y no como un reto o incluso una oportunidad de ser mejores, está basado en la pura lógica de las relaciones internacionales de desigualdad desarrolladas en el capitalismo. Encontrar la clave sobre algo tan complejo es toda una quimera, yo no tengo la solución y la sociología tampoco, pero tenemos propuestas. Una de las más importantes sería la de escuchar a los migrantes, la de dar voz a los olvidados y olvidadas. Otra de ellas sería intentar cambiar las relaciones entre países tan desiguales, basadas en el saqueo, basadas en la corrupción, basadas en la extracción de materias primas, basadas sobre los deseos de quien tenga la hegemonía del mercado económico.
Es obvio que va siendo hora de alejarse de la mirada paternalista, muchas veces esclavista y violenta de occidente frente a los países pobres que, además, son los que más inmigración producen a causa de las malas condiciones de vida.
Europa y otras zonas occidentales se alzan como el ejemplo de libertad y, en muchas cosas es posible que lo sean. Pero su papel como dique de contención y como primera ficha del dominó que provoca que países pobres no se puedan desarrollar, es fundamental para entender la génesis de las desigualdades a nivel mundial. Occidente debe ayudar pues está involucrado de manera directa, y el primer paso para esto es aceptar a los inmigrantes, fomentar políticas de apoyo, integración y ayuda. Es un reto sí, pero nunca puede ser un problema o una amenaza ayudar a nuestros semejantes. El mismo término de inmigración ilegal ya muestra una lógica perversa. ¿Es ilegal moverse entre fronteras para encontrar una vida mejor, para no morir de una guerra, para poder amar tal y como eres? Parece que sí. Sin embargo, es inmigración legal desplazarte por cualquier frontera del mundo siempre que tengas dinero y sobre todo siempre que tu color de piel sea blanco.
Por otro lado, la crisis climática azota nuestras vidas cada vez con más violencia. Un cambio climático que ha llegado para quedarse y que ha sido generado por la acción irresponsable de un sistema insostenible en cuanto a su relación con el medioambiente; producir y consumir infinitamente en un entorno con recursos finitos solo puede llevarte a una encrucijada, el colapso. Un colapso en forma de crisis climática que lleva décadas afectando a los países más desfavorecidos, aquellos donde las transnacionales saquean hectáreas enteras para plantar grandes extensiones de monocultivos que acaban destruyendo hábitats enteros, como en Borneo o el Amazonas, o donde se instalan agresivas minas para extraer del suelo minerales valiosos para los impolutos smartphones, como en África.
Las desigualdades sociales se traducen en desigualdades climáticas, el problema del cambio climático tiene una dimensión socioambiental, algo que si no empezamos a comprender no podremos parar. No solo es suficiente con que los países que tienen los medios para realizar una transición ecológica lo hagan. Es necesario que las relaciones internacionales, supeditadas a una división internacional del trabajo que fomenta una escala de países de primer, segundo y tercer orden, dejen paso a otra manera de relacionarse. Puede parecer utópico, eso nos han enseñado durante años de machaque capitalista: el mundo es inamovible, el capitalismo es el único camino, todo lo demás son cuentos de hadas.
Sin embargo, esta historia descrita en el párrafo anterior ya no nos sirve. La tesitura social actual está llegando a puntos de no retorno. La crisis climática exige una manera de relacionarnos con nuestro entorno diferente. La crisis humanitaria que genera grandes flujos migratorios en los países más desfavorecidos, relacionadas con el cambio climático, los conflictos bélicos y demás tesituras traumáticas provocadas por el sistema capitalista actual, exigen una concienciación de los derechos humanos cada vez más estricta.
No obstante, el presente se aleja bastante de enfocar estas problemáticas con cordura, o por lo menos de encaminarlas pensando en el bien común de todas y todos. En cambio, la agenda política, económica y social sigue estando dominada por el beneficio de unas élites cada vez más conscientes de las problemáticas que se vienen encima. Los movimientos sociales como el feminismo, el ecologismo, el antirracismo o el sindicalismo están comprendiendo esto y canalizando muchas propuestas que se pueden y deben entender con una transversalidad entre las cuatro dimensiones: género, medioambiente, etnia y clase social. Pero, hay que ser conscientes de que queda mucho por remar, de que las élites saben que las crisis traen aguas sociales revueltas, donde las ideas anticapitalistas cobran voz a la fuerza cuando las personas buscan respuestas al empeoramiento de sus condiciones de vida. Es ahora más que nunca, a pesar de estar luchando contra gigantes, a pesar de vivir en un mundo donde el autoritarismo sigue ganando terreno al progresismo, y a pesar de que potencias como Estados Unidos, Rusia, China o la propia Europa siguen vulnerando los derechos humanos, cuando se debe luchar por crear un mundo mejor.
No tengo una respuesta exacta de cómo hacerlo, pero sin duda tengo la certeza de que el camino pasa irremediablemente por dar voz a las personas oprimidas y olvidadas del progreso capitalista. Escuchando a la vez los discursos alternativos y las propuestas de los movimientos sociales que proponen una manera diferente de caminar hacia el presente. Hoy en día no nos queda otra que sembrar utopías para recoger realidades moralmente más justas en el futuro.
Alvaro Soler Sociologo.
muy interesante-colega, alvaro.